Memorial al terrorista suicida.
El recurso del dolor
por Daniel Villegas
Narra Naguib Mahfuz, en su trilogía sobre El Cairo, que aquellas personas que se veían abocadas a una situación de indigencia solían recurrir a los servicios de un personaje cuyo oficio consistía en producir daños corporales irreversibles, pero no mortales, con el objeto de convertir a estos clientes en tullidos que pudieran ejercer de un modo más eficaz la mendicidad. En este sentido, es ya clásico, el fenómeno de explotación del estatuto de víctima, entre aquel colectivo que no poseía otras posibilidades para su supervivencia.
Resulta, no obstante, sorprendente que la extensión de este fenómeno, el de la victimización, se muestre con un carácter generalizado en el mundo contemporáneo. En nuestro contexto más cercano “debido a una sorprendente inversión, los afortunados y los poderosos también quieren pertenecer a la aristocracia de la marginalidad” , es decir, de las víctimas, tal y como sostiene Pascal Bruckner. Así, tal y como afirma Bruckner, el estado de victimización generalizado obedece a las condiciones de un contexto social donde el dolor y las víctimas del mismo han sido sacralizados debido a un proceso de infantilización del mundo y de irresponsabilidad subjetiva ante los avatares vitales. Este mecanismo, de carácter psicopatológico en sus versiones más obsesivas, “(…) permite desplegar sobre los seres más cercanos una tenaz voluntad de poder (…) La más mínima adversidad se engrandece entonces hasta alcanzar el tamaño de un acontecimiento mayor; se convierte en un bastión donde uno se encastilla para dar lecciones a los demás, mientras uno mismo se zafa de las críticas (…), pretenderse perseguido se convierte en una manera sutil de perseguir a los demás”.
Tal es el prestigio que en las sociedades contemporáneas ostentan las víctimas, reales o simuladas, que ha devenido en un estatuto envidiable y deseable para una pléyade de simuladores para quienes “ser una víctima se convertirá en una vocación, en un trabajo a jornada completa” .
En este estado de cosas, tal y como señala Bruckner se crea un clima basado en relaciones de desconfianza mutua, donde siempre existe la certeza de que alguien está conspirando contra nosotros. Esta atmósfera de sospecha generalizada produce un repliegue, una bunquerización, que no permite la definición del más mínimo proyecto colectivo. El fenómeno de suspicacia, hacia todos y hacia todo, ha sido definido por Peter Sloterdijk como atmoterrorismo ; una vez realizados los diferentes ajustes de cuentas con las instancias legitimadoras del saber-poder moderno, por parte de quienes se han alzado como sus víctimas, habremos de transitar en un ambiente enrarecido.
En cualquier caso, de la situación de victimización generalizada se puede inferir el problema, más preocupante si cabe que lo hasta ahora apuntado, de la apropiación y/o suplantación, por parte de las víctimas simuladas, de la voz de las verdaderas víctimas. De este modo estamos ya acostumbrados a la manipulación del dolor del otro por parte de aquellos que pretenden, simulan, ser objeto de esta misma condición. Es habitual que aquel que puede erigirse como portavoz de las calamidades de determinados sujetos o colectivos, pese a no haber estado expuesto a las condiciones que convierten a aquellos en víctimas, se sitúe en primer término del proceso de victimización. Una instrumentalización ésta que permite la obtención de grandes dividendos. En el ámbito cultural en general, y del arte contemporáneo en particular, y muy especialmente en aquellos artistas y eventos que emplean como material de trabajo las problemáticas político-sociales podemos encontrar múltiples ejemplos de la explotación de la victimización. George Yúdice analiza en este sentido la explotación de aquellas manifestaciones culturales propias de colectivos víctimas de la desigualdad, o situaciones de problemática social. Yúdice trata en esta clave el proyecto fronterizo inSITE, y especialmente dentro de este, y de gran interés en lo relativo a la explotación irresponsable de las víctimas, el trabajo de Krzysztof Wodiczko sobre las maquiladoras de Tijuana.
Sea como simulacro o como explotación del estatuto de víctima y de los procesos de victimización, parece indudable la extraordinaria importancia que dichos fenómenos ostentan en la articulación de nuestras sociedades contemporáneas. El dolor, como sostiene Yúdice en referencia a la cultura, se ha convertido en uno de los principales recursos de nuestra voluntad de poder.